DOMINGO AZUL EN LOS ÁNGELES
Domingo azul.
Calles de mi tristeza. El auto doblando la esquina.
Manejar rápido y con música.
La vida. Las curvas. Bajadas y subidas. ¿Todo esto para qué?
¿Para qué la respiración?,
¿El cuerpo? Subir y bajar.
La conversación. El recital de Víctor Hernández Cruz.
La tristeza de Cecilia.
Los Ángeles extraña. Ciudad extraña. Rostros desconocidos.
Por el espejo retrovisor, la mujer fumando. Sola.
Como yo. Esta ciudad se aposenta en mis retinas
con sus jardines y sus altos palmares al lado del mar.
Los desposeídos y los que todo lo poseen.
Frágiles los seres humanos. Tan frágiles. Tan solos.
¿Están tristes? ¿O es el Domingo y sus calles vacías?
¿O soy yo acaso y la futilidad que me persigue? La búsqueda
de sentido. ¿Tiene sentido todo esto? ¿Lo ha tenido alguna vez?
La lucha. The struggle. Todos luchando.
El hombre con el rótulo en la esquina:
«I need 100.00 to buy a house
and a car.» Sonriendo.
Riéndose de su propio letrero.
¿Cuál es la diferencia entre él y yo?
Yo en mi carro. Sola.
Él con su casa portátil. La carretilla del supermercado.
La banca en el parque donde duerme a veces. Solo.
El mesero saliéndose a fumar a la calle. Argentino.
Esta ciudad no tiene patria. Pertenece a los despatriados.
Me gusta por eso. Quizá me guste por eso.
Quizás ésa sea su única reivindicación
Lo único que la salva de los crímenes de la opulencia
y el olvido. Las palmeras. Los bancos de niebla en la
mañana. El olor lejano del mar. Los patinadores sobre
las aceras del malecón. Las muchachas con sus cuerpos hermosos y dorados.
La playa de los músculos. Venecia. La imitación de la otra. Canales. Puentes.
Patos corriendo tras las migas al lado del parque.
Desde mi casa veo las montañas de Santa Mónica.
El verde lejano. Las colinas de Beverly Hills. Las montañas
de San Gabriel (crecieron varias pulgadas
en el último terremoto). Mi hija Adriana camina por estas
calles. Va al preescolar en la Calle 4. Está acostumbrada
a ver pasar la gente aprisa, sin detenerse; a las sonrisas
de los transeúntes, al Lincoln Park.
Sólo yo parezco no acostumbrarme a las autopistas, al frío
ruido de las cosas y al triste silencio de las gentes.